viernes, 19 de diciembre de 2014

A CASA POR NAVIDAD

Después de andar más de 45 minutos cargando con dos bolsas llenas de comida, Chema sale de su letargo y tras un ligero suspiro,  toma aire. Adivina a lo lejos las escandalosas risotadas de los amiguitos de su hijo Nicolás y a tan solo 400 metros de su casa, tras una leve parada, el bueno de Chema decide por décimo tercera vez  intercambiarse de nuevo las bolsas de mano; el peso de la carga ha vencido el torrente sanguíneo de sus delicados dedos, marcándolos, adormeciéndolos, hiriéndolos de muerte.  

Inconscientemente, de su cansado rostro asoma una desconocida mueca de felicidad. La alegría de volver a ver a su niño y a su preciosa mujer le invaden por completo olvidándolo todo.


Los gritos de los pequeños son ahora más cercanos, casi se aciertan a comprender. Su andar cansino, al igual que su derrotado corazón, parecen querer ir más deprisa de lo que están acostumbrados, y antes de torcer la esquina, Chema tiene que detenerse de nuevo. Un sudor frío le recorre todo su cuerpo, las palpitaciones se aceleran sin control y una sensación de vacío e ingravidez le hacen derrumbarse en el frío suelo.

Incrédulo y asustado no adivina a entender que le sucede, y de repente, como si de un sueño se tratará, aparece en su borroso campo de visión una pequeña pelota que rueda libre por la empinada callejuela de San Román. Unos segundos después, un pequeño y saltarín muchacho corre a recoger el motivo de su juego, de su alegría… brinca, galopa y hasta tropieza al querer atrapar el último recuerdo que tiene de su padre; el balón del R. Madrid que le regalo antes de marchar no sabe muy bien a dónde.

Tras la reconquista de su tesoro, esa sonrisa que solo puede tener un niño se torna en otra cosa… boquiabierto, el pequeño se queda quieto,  reconoce a esa persona que allá a lo lejos, recoge acelerado latas, frascos y alguna que otra fruta que parecen querer huir de las garras del enjuto y desaliñado hombre sin rostro, y huyen  diseminadas a lo largo y ancho de la estropeada acera. Es su padre, su papá.

Sin tiempo de apañar convenientemente las castigadas bolsas y aun aturdido, Chema contempla sorprendido como un vendaval pelirrojo se aproxima sin remedio hacia él y su castigado cuerpo. El impacto es irremediable, fatídico, maravilloso… descontrolado.

Mientras tanto desde su ventana, la señora Carmen, del Principal 1ª del Nº 2 del callejón El Rosal, observaba todo lo que ocurre en su pequeña porción de mundo del barrio de San Martín, como ha venido haciendo los 3 últimos años desde que su Antonio la dejara sola. La octogenaria viuda contempla aliviada el desenlace final de unos inquietantes hechos que la tenían en ascuas. El apretujón de Chechu (como lo llamaba desde crío) y su hijo, le hizo soltar una lagrimita de emoción por esos pómulos acartonados que un día, hace varias décadas, fueron la envidia de muchas mujeres. Vigorosa y alegre, se alzo levemente sobre la mecedora y alcanzando el anisete… se lo bebió de un trago. ¡Feliz Navidad! mascullo entre lágrimas.


Con el balón bien sujeto por un brazo y con la otra mano aferrada a la huesuda muñeca de su papá, Nicolás mientras se dirigen decididos a su casa, alza la cabeza y admira embelesado el delgado rostro de ese señor tan querido y extraño a la vez. Justo cuando se cruzan con sus amigos y ante la mirada sorprendida de Lolo, Lucas y Miguel... Nicolás grita a los cuatro vientos que su Papá ha llegado, que su Papá ya está aquí. ¡Qué viva su Papá!

Tras haber llegado a un acuerdo filial, Nico, como lo llama su madre, se dirige a ella y le dice que un señor en la puerta parece traer un correo urgente. Olga desencajada intuye que algo no va bien y corre nerviosa hacia la entrada. Nicolás entiende que quizás no ha sido tan buena idea.

Con la mano en el pomo de la puerta y con los ojos cerrados, Olga coge aire como si fuera la última vez. Sudorosa, no acierta a girar la manija de la puerta, hasta que unas pequeñas manos lo hacen por ella…

Era él. El padre de su hijo, su amigo, su amante, su pareja, su vida… era su amor, su único amor nacido demasiado pronto, demasiado deprisa. Era la razón de su existencia desde que decidieron, hace 7 años, compartir ilusionados el proyecto de vida surgido de la pasión adolescente e irresponsable de dos chavales de 19 años. Era él, pero no era.

José María acertó a comprender lo que transmitían esos preciosos ojos de su añorada mujer… y dejando cuidadosamente las pesadas bolsas bajo el umbral de la puerta, se acerco a ella besándola por completo; primero borro esas lagrimas que se precipitaban decididas por las comisuras de sus labios, seguidamente sello sus ojos con dos delicados besos, y por último, la pasión 6 meses escondida emergió de súbito queriéndolo todo, deseándolo todo, atrapándolo todo.


Nicolás abrazando a sus papás, entiende, ahora sí, cual es el sentido de la Navidad.

Esa noche de Noche Buena nunca se le olvidará al pequeño Nicolás. Recordará siempre la felicidad de sus padres al cantar los villancicos una y otra vez, una y otra vez. Recordará la ilusión con la que su madre decoró la mesa, intentando disimilar las penurias económicas que estábamos pasando. Recordará con nostalgia a la invitada de honor, a la difunta señora Carmen y la alegría contagiosa que transmitía al narrar las andanzas y peripecias sufridas en un tiempo lejano, desconocido y aparentemente mejor… Y por supuesto también recordará, el maravilloso manjar que esa noche iban a degustar: ensalada de escarola, las papas bravas que a él tanto le gustaban, calamares rebozados, pimientos rellenos de beicon y queso y ésa merluza a la vizcaína que tan bien le salía a su papá.

Con el paso de los años, Nicolás tomo conciencia del esfuerzo sobrehumano que hicieron sus padres para que la Noche Buena del 2014 fuera tan especial. Entendió las conversaciones entre susurros que ellos dos mantuvieron durante toda la noche, una vez acabada la celebración. Comprendió muy pronto el porqué su madre se empeño, durante el último mes antes de Navidad, en seleccionar la ropa de abrigo que los amigos nos prestaban… y dedujo casi al instante, porqué las pocas cosas de valor que tenían en casa se amontonaban  en el interior de dos viejas maletas que su madre tan delicadamente ordenaba.

12 años después y a pocos días de Navidad, Nicolás recorre con su bicicleta el trayecto que acostumbra a realizar para ir de su casa, en Rue des Ardennes, a la Universidad Pública de Toulouse, en Rue du Doyen-Gabriel-Marty. Tras cruzar el rio Garona por el puente de Saint Michel y atravesar buena parte del Boulevard Pierre Paul Riquet, el joven se encuentra de frente con La Gare Toulouse-Matabiau, donde se detiene. Con los brazos apoyados cansínamente sobre el manillar, el joven se echa a llorar. Éste fue el primer lugar que piso junto a sus padres, después de huir de la miseria en la que se había convertido España.

Fue un  26 de diciembre del 2014 cuando sus padres le comunicaron que se tenían que ir de casa y que nunca más volveríamos a vivir en ella. Fue ese día, el primero que escucho la palabra desahucio, la palabra impago, la palabra hipoteca y las palabras “ladrones hijos de puta” (todo seguido) en boca de su madre. Y fue ese día el que le explicaron entre lágrimas, que tenían que irse lejos, muy lejos, abandonándolo todo: el barrio, los amigos, el colegio y hasta a la octogenaria y olvidada Señora Carmen.


Fue ese extraño día, en el que Nicolás dejo de creer en la Navidad, en Santa Claus y los Reyes Magos de Oriente.

Actualmente José María trabaja de portero en un edificio de alto standing perteneciente al Grupo Airbus, debido a la minusvalía contraída 11 años atrás, al serle diagnosticada insuficiencia respiratoria crónica por los servicios médicos de la propia empresa.

Olga lleva trabajando 5 años en la agencia de viajes Voyages Gallia, del Boulevard de Strasburg, gracias a las largas horas de insomnio que paso estudiando, después de limpiar letrinas, hacer camas y fregar suelos 8 horas al día, en un hotelucho de carretera, durante 6 duros y esforzados años.

Y Nicolás es un pecotoso y simpático jovenzuelo que se lleva de calle a todas las compañeras de 1º de Ciencias Políticas, gracias a la alegría y desparpajo aprendido hace más de una década, de una tal Señora María del Carmen Sánchez Bermejo.


Año 2026 D.C. España ya no existe para ellos… ni para los más de 1.500.000 de exiliados que solo vuelven a casa por Navidad.


Oscar Ara















    


jueves, 4 de diciembre de 2014

LA CRISIS DE LOS 40

En mi relajada reflexión de hoy, por una vez y por prescripción médica, me he permitido hacer trampas y he evitado conscientemente introducir en el relato conceptos de índole social o económico; cultural o religioso; e incluso he osado omitir cualquier referencia política que nos permita acercarnos, tan siquiera, a la puñetera realidad en la que vivimos. Al tema.


A todos aquellos “pseudo-adolescentes” nacidos allá por los años ‘70, nos ocurre algo muy curioso que voy a intentar trasmitir con mi acostumbrada torpeza, (falso ego).

Los pertenecientes a la época dorada del “baby boom” en España, nos encontramos en estos momentos y por pura lógica temporal, en el meridiano de nuestras vidas biológicas. Este hecho incuestionable, nos permite tener un bagaje de experiencias vitales más o menos extenso, a la vez que un futuro por explorar ilusionante y lleno de incógnitas.

Se dice, se cuenta, se rumorea, que a estas edades inciertas, los individuos tendemos a resetear el disco duro por la necesidad de hacer un chequeo, una revisión, un balance de la vida que cada cual ha creado para sí y para los que le circundan. Afrontamos nuestra ISO 9000 particular por la necesidad de cotejar y certificar si la gestión de nuestras acciones han sido o han contado con el necesario reposo y acierto por el que sentirnos plenamente realizados cuatro décadas después.


Parece ser que ese análisis, ese pause que hacemos en nuestro azorado ritmo de vida, nos permite a unos cuantos, no a todos, vislumbrar los logros y fracasos que hemos conquistado hasta el momento. Chequeamos aspectos como: la inercia irrefrenable de nuestra formación, la constancia en el esfuerzo, el poderoso respaldo familiar, la influencia decisiva de los amigos de verdad… así como la variable caprichosa de la fortuna. Todo este popurrí nos permitirá aceptarnos como los individuos imperfectos que somos y nos ayudará a conocer nuestras patéticas limitaciones.

Por lo tanto se puede deducir que la conquista de la madurez, viene ineludiblemente acompañada por la verificación, la necesidad vital de descubrirnos, de preguntarnos quiénes somos, dónde estamos y qué nos ha llevado hasta aquí…


Es la llamada “crisis de los 40”. La crisis de la ruptura o aceptación de uno mismo y sus circunstancias. La crisis del descubrimiento de nuestras miserias más íntimas y vergonzantes. El momento de parar esa mentira en la que se ha convertido nuestra existencia, o la hora de romper con la depresión vital que hemos soportado demasiado tiempo porque sí, por sibilina cobardía.

Sé y entiendo que no siempre es así. Sé, como he dicho antes, que no todos padecen el virus de la resurrección y redención del alma. E incluso sé que es posible que alguno, los menos, estén contentos y orgullosos de cómo les ha tratado la vida.

Todos conocemos o hemos sufrido en carne propia, la aparición de inesperados brotes de clarividencia y lucidez que irremediablemente nos han precipitado a la toma de decisiones valientes y arriesgadas. No son pocos los individuos que rondando los 40, deciden separarse perdiéndolo todo. No son pocos los que, si las circunstancias lo permiten, dan un giro a su anodina vida laboral y se tiran al monte de la inconsciencia. Y no son pocos también, los que deciden cerrar los ojos y seguir adelante entendiendo que más vale malo conocido… que Gin-Tonic en vaso de tubo, (chascarrillo).


Porque he de confesarles, desde el rinconcico íntimo de mi maravilloso blog, que este escrito nace de la poética imagen que surgió en mi descerebrada cabeza, al observar la expresión de mis pequeños cuando sus papás se hacían mímicos. En esa estampa me dibuje en ellos. Me adivine hace treinta y tantos años observando a mí mamá, como quien adivina que allí está la mujer más maravillosa del mundo. Me enterneció reconocer en sus miradas, el sentimiento de plenitud que conseguía trasmitir mi abuela con su sola presencia… y porque no, me recordó los cansinos consejos de un papá demasiado ausente y despistado.

Desde esas miradas nerviosas, desde esa perspectiva infantil que alimenta un mundo lleno de luz e inocencia, nacen nuestros sueños más puros y primigenios que un día intentaremos hacer realidad… y que la vida, con su retorcida manía de entrometerse, desvirtuará convirtiéndola en una realidad ilusoria o en una maravillosa realidad. Al tiempo.



Oscar Ara